Ayer la muerte se llevó a Galeano de su cuerpo,
pero como con Gabriel, también ha fracasado. No se lo lleva completo porque
bien supo repartirse el escritor en vida, y somos muchos los que tenemos un
pedazo de ese hombre en la mesita de noche.
Ayer, al verme triste, mi esposo me preguntó si lo
había conocido, de mi silencio interpretó que lo descubrí
de otra manera, lo toqué como lo harán mis hijos y mis nietos –cuando los
tenga-, porque Eduardo es uno de esos que se deben conocer en algún momento
aunque no sea en persona.
Mientras
la tristeza se asienta, y me acostumbro a la idea, al menos, me amparo en los
abrazos de su libro, y sonrío:
Celebración
de la fantasía
(tomado de El libro de los abrazos, de Eduardo
Galeano)
Fue a la entrada del pueblo de
Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y
estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar,
enclenque, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la
lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones,
pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitos cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado; había quien quería un cóndor, y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en la muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitos cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado; había quien quería un cóndor, y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en la muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Nadie como él ha logrado capturar en letras la inocencia de un niño, nadie como él ha estimulado la sensibilidad humana con un verbo tan fluido y una expresividad tan clara.Niños con ranas en los bolsillos, perpetuarán su presencia por los siglos de los siglos. La letras universales se han apropiado de la mayor herencia.
ResponderEliminar