Nadie
sabe si Milanés
sigue ahí o si se fue.
Nadie sabe si loco estuvo
o si tan solo lo simuló;
o si harto de Milanés ser
en cualquier otro se cambió.
sigue ahí o si se fue.
Nadie sabe si loco estuvo
o si tan solo lo simuló;
o si harto de Milanés ser
en cualquier otro se cambió.
Virgilio Piñera
El muchacho que disfruta bailar en plena
calle de Medio le arranca sonrisas a quienes pasan, no importa no saber su
nombre, no importa si no está del todo cuerdo, porque su alegría basta para
animar el sentido de “matanceridad”, esa identidad local cimentada a siglos de
distancia, en la ciudad de Matanzas, por otro poco cuerdo, que se llamó José
Jacinto Milanés.
Aquel loco culpable de que a la arteria
Gelabert le cambiaran el nombre, perdió la razón a los 28 años de edad, pero en
apenas una década de fertilidad intelectual legó poemas, ensayos, obras
teatrales, cuya esencia lo perpetuaron como precursor de las letras
hispanoamericanas.
En el Álbum Milanés, Homenaje por su
bicentenario, publicado por Ediciones Unión en el año 2014, el compilador
Urbano Martínez se refiere a José Jacinto como un intelectual ilustre, que no
solo cantó al amor y a la naturaleza cubana, sino también a la libertad y a la
independencia de la Patria.
Dice Alfredo Zaldívar, director de Ediciones
Matanzas, que la obra de Milanés tuvo una impronta muy fuerte en sus
contemporáneos, comprensible con solo acercarse a poemas como La fuga de la
tórtola, un canto a la libertad en etapa de férrea opresión colonial española.
Según Zaldívar, también la prosa de José
Jacinto encierra una definición patriótica muy fuerte, visible en su Epístola a
Ignacio Rodríguez Galván, donde rechaza una invitación a viajar a México, y de
ninguna forma acepta abandonar Cuba a pesar de la compleja situación en la cual
vivía.
Reconocido como uno de los pioneros del
movimiento romántico en la Isla, José Jacinto resalta en la actualidad por la
apropiación natural del carácter popular, el anhelo de fluidez expresiva y el
dinamismo del observador que se incorpora a sus textos.
Aunque el 14 de noviembre de 1863 se apagó
su vida, Milanés trasciende como autor que contribuyó a fraguar la identidad
nacional en Cuba desde la urbe de ríos y puentes, y literatura y locura lo
convierten, ¿por qué no?, en exponente de lo real maravillo latinoamericano, e
inspiración para poetas y cantores.
“Salve a tu nombre, trovador preclaro,/ de
inspiración y de modestia lleno, más que las ondas del San Juan sereno,/ como
el cielo de Cuba terso y raro.” le escribió Gabriel de la Concepción Valdés
(Plácido); y como “príncipe sediento” lo evocó Raúl Torres en una de sus
canciones.
Es triste que lo caricaturesco trascienda
más que las obras de las personas, pero bueno que las leyendas puedan ser un
pretexto para insertar en el imaginario popular los símbolos de la
idiosincrasia.
Por eso la imagen del bardo romántico que
enloquecido recorría las calles de la ciudad de Matanzas durante el siglo XIX,
puede emerger naturalmente en aquellos que sonríen al ver al muchacho que ahora
baila desenfadado en la calle de Medio.
Y entonces, tal vez, algunos caminantes
sientan la necesidad de repasar los versos de La madrugada, o de visitar el
actual Archivo Histórico desde cuyas ventanas cuentan que el desaforado
enamorado gritaba a su inalcanzable Isa; y se cuestionen qué tan ausente está
el más romántico y loco de los poetas cubanos entre quienes caminan por la
calle que hoy lleva su apellido.
Entonces tal vez se percaten de que los que
se detienen a mirar la bandada de aves oscuras que regresan durante el
crepúsculo al Parque de La Libertad, para bautizarlo con lo que son y lo que
les sobra; y los que se sientan a orillas del río San Juan solo para
escucharlo, también tienen un poco de locura, de sana locura que los acerca a
Milanés, y no lo deja morir.
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