jueves, 12 de noviembre de 2015

En otros cuerdos y locos, Milanés



Nadie sabe si Milanés
sigue ahí o si se fue.
Nadie sabe si loco estuvo
o si tan solo lo simuló;
o si harto de Milanés ser
en cualquier otro se cambió.
                             Virgilio Piñera


   El muchacho que disfruta bailar en plena calle de Medio le arranca sonrisas a quienes pasan, no importa no saber su nombre, no importa si no está del todo cuerdo, porque su alegría basta para animar el sentido de “matanceridad”, esa identidad local cimentada a siglos de distancia, en la ciudad de Matanzas, por otro poco cuerdo, que se llamó José Jacinto Milanés.
   Aquel loco culpable de que a la arteria Gelabert le cambiaran el nombre, perdió la razón a los 28 años de edad, pero en apenas una década de fertilidad intelectual legó poemas, ensayos, obras teatrales, cuya esencia lo perpetuaron como precursor de las letras hispanoamericanas.
   En el Álbum Milanés, Homenaje por su bicentenario, publicado por Ediciones Unión en el año 2014, el compilador Urbano Martínez se refiere a José Jacinto como un intelectual ilustre, que no solo cantó al amor y a la naturaleza cubana, sino también a la libertad y a la independencia de la Patria.
   Dice Alfredo Zaldívar, director de Ediciones Matanzas, que la obra de Milanés tuvo una impronta muy fuerte en sus contemporáneos, comprensible con solo acercarse a poemas como La fuga de la tórtola, un canto a la libertad en etapa de férrea opresión colonial española.
   Según Zaldívar, también la prosa de José Jacinto encierra una definición patriótica muy fuerte, visible en su Epístola a Ignacio Rodríguez Galván, donde rechaza una invitación a viajar a México, y de ninguna forma acepta abandonar Cuba a pesar de la compleja situación en la cual vivía.
  Reconocido como uno de los pioneros del movimiento romántico en la Isla, José Jacinto resalta en la actualidad por la apropiación natural del carácter popular, el anhelo de fluidez expresiva y el dinamismo del observador que se incorpora a sus textos.
   Aunque el 14 de noviembre de 1863 se apagó su vida, Milanés trasciende como autor que contribuyó a fraguar la identidad nacional en Cuba desde la urbe de ríos y puentes, y literatura y locura lo convierten, ¿por qué no?, en exponente de lo real maravillo latinoamericano, e inspiración para poetas y cantores.
   “Salve a tu nombre, trovador preclaro,/ de inspiración y de modestia lleno, más que las ondas del San Juan sereno,/ como el cielo de Cuba terso y raro.” le escribió Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido); y como “príncipe sediento” lo evocó Raúl Torres en una de sus canciones.
   Es triste que lo caricaturesco trascienda más que las obras de las personas, pero bueno que las leyendas puedan ser un pretexto para insertar en el imaginario popular los símbolos de la idiosincrasia.
   Por eso la imagen del bardo romántico que enloquecido recorría las calles de la ciudad de Matanzas durante el siglo XIX, puede emerger naturalmente en aquellos que sonríen al ver al muchacho que ahora baila desenfadado en la calle de Medio.
   Y entonces, tal vez, algunos caminantes sientan la necesidad de repasar los versos de La madrugada, o de visitar el actual Archivo Histórico desde cuyas ventanas cuentan que el desaforado enamorado gritaba a su inalcanzable Isa; y se cuestionen qué tan ausente está el más romántico y loco de los poetas cubanos entre quienes caminan por la calle que hoy lleva su apellido.   
   Entonces tal vez se percaten de que los que se detienen a mirar la bandada de aves oscuras que regresan durante el crepúsculo al Parque de La Libertad, para bautizarlo con lo que son y lo que les sobra; y los que se sientan a orillas del río San Juan solo para escucharlo, también tienen un poco de locura, de sana locura que los acerca a Milanés, y no lo deja morir.

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